lunes, 2 de junio de 2014

Ciclos de Blas

Eran principios de los noventa y muchos jóvenes nos aficionamos al ciclismo en la ciudad gracias a las provechosas circunstancias del cercano entorno natural y de las gestas deportivas que lograban los corredores profesionales por aquel entonces.

Existía durante esos años un aumento de los aficionados al ciclismo de montaña en los alrededores de la ciudad complutense, cuyos caminos habían sido parcialmente (re)habitados por algunos de los primeros ruteros que brincaban por el parque natural de los cerros, como los Ibex.

Podíamos aún encontrar una tienda de bicicletas que se dedicaba casi en exclusiva a la reparación. Ciclos de Blas era un negocio familiar situado en la calle Brihuega desde los años setenta, circunstancia casi impensable en los tiempos actuales, en donde los talleres de bicicletas acostumbran a ser deficitarios en lo económico.

Ciclos de Blas estaba bien situada estratégicamente, dado que la Calle Brihuega es anexa a la Vía Complutense, antigua N-II. Lo más sorprendente es que hasta el año 1985 todos los vehículos que se dirigían hacia Barcelona procedentes de la capital tenían que pasar forzosamente por allí. La primitiva carretera fue útil mientras los vehículos que circulaban eran poco más que carromatos tirados por caballos. Cuando los coches y camiones propulsados a motor fueron poco a poco conquistando los caminos y los viajes se empezaron a popularizar, aquella vía que atravesaba la ciudad se convirtió en una fuente de problemas y hubo que optar por buscar una solución acorde a los nuevos tiempos. En un momento indeterminado de mediados de siglo, este camino se asfaltó convirtiéndose en una importante travesía que dejaba al trazado original relegado a un uso estrictamente urbano. Fuente: no sé ni cómo te atreves

Una de sus principales tareas era el mantenimiento y puesta a punto de bicicletas de paseo, carretera y montaña, aunque también ofrecían otros servicios tan curiosos como el arreglo de paraguas.

El mostrador estaba comunicado con un oscuro garage lateral donde las bicicletas eran reparadas, el taller olía a grasa y acero trabajado, siempre presentaba muestras de haber tenido un profundo y prolongado contacto con bicicletas de los más variopinto. Este local trascendía su mera espacialidad y abría una ventana retrospectiva a lo que fue el quehacer de la reparación de bicicletas con el paso de las décadas, evocando tiempos lejanos en donde el valor del trabajo prevalecía al mero mercadeo y la reparación aparecía frecuentemente antes que la nueva adquisición, dado que las muchas de las cosas todavía eran fabricadas con fines duraderos. 

Teo acostumbraba a despachar tanto la venta de piezas y accesorios, como la reparación de bicicletas. Su trato campechano se había forjado desde joven como corredor, aún con poco más de sesenta años se desplazaba a menudo con su bicicleta de carretera. Su pasión por las dos ruedas le llevaba en ocasiones a ser ciertamente dadivoso, pues en repetidas veces se daba a un trato de favor con muchos de sus clientes, por no mencionar lo asequible de sus honorarios.

Gracias a esta pasión bien podría haber continuado ejerciendo su profesión durante un par de años más de acuerdo a su deseo, pero desde hacía un lustro el creciente uso de la actual terminal de autobuses endureció las condiciones de trabajo en el local hasta el punto de adelantar el cese de la actividad y la jubilación de sus dos empleados. La liquidación por cierre tuvo lugar durante un verano de mediados de los noventa, circunstancia que permitió dar salida a casi la totalidad de sus existencias a precio de saldo.

Ciclos de Blas estuvo ubicado enfrente de lo que son las actuales taquillas del servicio interurbano de autobuses.          En la imagen puede observarse una bicicleta Torrot que fue reparada en este comercio durante los años 80.
 

En el emplazamiento de Ciclos de Blas puede encontrarse un comercio de una multinacional de ropa desde hace unos años. En el verano del 2010 un colaborador del taller social de Alcalá tuvo ocasión de toparse con Teo e informarle sobre esta iniciativa voluntaria. Fue su intención corresponder aportando numerosas piezas y herramientas que él mismo utilizó en su taller. Este material fue víctima de la mala fortuna siendo robado inesperadamente poco tiempo antes de su posible donación.

La existencia de un lugar donde reparar bicicletas desinteresadamente e intercambiar piezas y conocimientos fue algo que Teo entendió como necesario para la ciudad, pues consideraba que la promoción del uso de la bicicleta no entraría en competencia con los comercios locales, sino más bien se verían potenciados por ésta. Había conocido una Alcalá con más bicicletas que coches hasta mediados de la década de los sesenta y en este sentido ante el creciente volumen de tráfico a motor que había percibido especialmente durante los años 80, estimaba necesario compensarlo con tantas bicicletas como fuera posible.      

Hoy en día es usuario de varias líneas de autobuses urbanos con su carnet de pensionista. A la espera eso sí, de un servicio de mayor calidad y una estación digna. Si le conocéis y véis de pasajero, saludadle y hará lo propio al veros pedalear sobre una bicicleta.  

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